Tuviste cien oportunidades para decírselo a la cara, pero tenía que ser hoy en tu brutal momento. No otro, lo tenías pensado. Tenía que ser hoy o nunca. Quizá ya no podías más. Quizá ya no querías seguir así. Quizá de hecho, él se lo merecía hoy más que nunca.
Hoy es tu brutal momento.
Das pasos hasta el marco de aquella jodida puerta. Tres. Dos y uno. Ya estás. Le ves.
Él te mira con su gustoso angustioso desdén detrás de su mesa llena de papeles-problema.
Tú entras como un corderito sabiendo que él decide el día de la matanza.